Kyle Mooney debuta en la dirección con Y2K, una comedia de terror que convierte el temido “efecto 2000” en un apocalipsis adolescente tan absurdo como autoconsciente.
La película, que se pregunta qué habría pasado si el cambio de milenio hubiera desencadenado el caos tecnológico que nunca llegó, se instala en la víspera de año nuevo de 1999 para ofrecer un festín de nostalgia, humor y violencia desinhibida.
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Mooney y Evan Winter, coautores del guion, recrean con precisión el instante en que lo analógico y lo digital compartían espacio: módems ruidosos, Tamagotchis, cintas VHS y un desfile de artefactos que hoy son reliquias.
La ambientación sonora, con Korn, Limp Bizkit, Fatboy Slim o Chumbawamba, no es solo un guiño: es un anclaje generacional que convierte la película en una cápsula del tiempo para quienes vivieron la paranoia del Y2K
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Pero Y2K no se limita al guiño fácil. El filme arranca como una comedia adolescente de handbook, con sus dos protagonistas -los inadaptados Eli (Jaeden Martell) y Danny (Julian Dennison)- colándose en una fiesta donde la widespread Laura (Rachel Zegler) centra las miradas.
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